Con la ilusión de adentrarnos en un nuevo proyecto, descubrimos por azar el concepto de Gaia y decidimos sumergirnos por completo. Probablemente, cuando llegues al final de este texto, compartirás nuestra fascinación por el tema…

En primer lugar, descubrimos que Gaia, en griego antiguo Γαῖα, es el nombre de una diosa. Según la mitología griega, ésta nace después del Caos, el estado primigenio del universo, antes de los dioses y de las fuerzas elementales: la primera deidad, de la que surgen todas las demás.

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Más adelante, nos encontramos de frente con la siguiente información: en los años 70, el químico James Lovelock y la microbióloga Lynn Margulis usaron el nombre de hipótesis de Gaia para denominar una teoría que afirma que la particularidad de la Tierra radica en las relaciones entre los seres vivos y el propio planeta. De eso estábamos más o menos al corriente, pero leímos algunos enunciados que nos hicieron conectar con la profundidad de la cuestión: si el agua de nuestro planeta no se ha hundido dentro de la tierra hace ya mucho tiempo es porque el plancton, las bacterias y las plantas la hacen emerger constantemente. La Tierra se autorregula gracias a los seres vivos que no sólo la habitan, sino que la transforman para hacerla más apta para la vida. No se adaptan al medio, lo crean. Nuestro planeta es reactivo y sensible, y en particular,"extremadamente cosquilloso" al desarrollo humano.

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El hecho de que Lovelock y Margulis eligieran el nombre de Gaia para nombrar su hipótesis nos parece, cuanto menos, curioso. Gaia es una palabra híbrida, por un lado, reflejo de algo mitológico, cosmológico, la primera diosa; por otro lado, biológico y tecnológico, sensible al paso de la humanidad por el planeta.

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En este punto, se hizo inevitable conectar con nuestro presente y conectar con Bruno Latour, que reflexiona sobre cómo las crisis más recientes, climáticas y sanitarias, nos obligan a situarnos como seres vivos entre otros seres vivos, de los que dependemos. La autorregulación de la que hablábamos está en peligro por culpa de los seres vivos que transforman el medio ambiente en su beneficio.
 

¿Cómo mantenemos Gaia?, ¿cómo luchamos contra los que la quieren hacer inhabitable?

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Sobre el futuro y las posibles soluciones, nos adentramos en lo que propone Donna Haraway. La filósofa describe el mundo actual (el Antropoceno) como un mundo que evidencia los efectos transformadores de las actividades humanas sobre la Tierra (aunque también le llama capitaloceno, debido a todo el paradigma económico vigente...). Según Haraway, algunas de las características que lo definen son la ruptura de equilibrios, la quiebra de la biodiversidad, la desaparición de especies, la agresión que hemos causado a otros organismos...

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Pero Haraway también define un futuro hipotético, construido a partir de metáforas. Nos habla del "Chthuluceno", una palabra inventada, un sustantivo compuesto por dos raíces griegas que "juntas definen un tipo de espacio-tiempo para aprender a seguir con el problema de vivir y morir con responso-habilidad en una tierra dañada". La pensadora propone un mundo en el que es necesario generar alianzas entre especies. Explica que una vez hemos entendido que gran parte del desastre ya no tiene solución y es imposible partir de cero, debemos saber que todavía podemos imaginar mundos de supervivencia. Para ello debemos tejer redes de recuperación de la tierra dañada, en colectivo, con sentido de colaboración y responsabilidad con todo aquello que nos rodea.

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Comprender que somos interdependientes es simple y a la vez resulta radical cuando nos hemos creído excepcionales, poderosos, el centro del universo.